Siempre
me gusto la sensacion de la tierra entre mis dedos, del sonido y el
olor de los animales de mi granja de mentira, del viento, las gotas
de lluvia y el sol que alimentaban mi siembra.
Y
yo alli, percibiendo esa energia, siendo testigo de esa maravillosa
transformacion y crecimiento, alabando y sintiendome una sola con ese
verdor y con ese cacareo.
La
vida no me puso en un lugar rural como era mi llamado inicial, por
eso tome prestado algunos metros a mi urbe y la transforme en campo,
la transforme en mi chacra personal, en mi corral, donde me levantaba
con el canto siempre bienvenido de mi gallo malo y rebuscaba en la
oscuridad los huevos de sus mujeres que se escondian de mi tras las
bravias alas machas.
Esos
tibios huevos alimentaron a mi familia por muchos meses, formaron
parte de pasteles de cumpleanos y de nutritivos platos que tenian
sabor diferente pues sabiamos exactamente cuanto maiz comian nuestras
gallinas, cuantos insectos sacaban del pasto, cuanto habian corrido
perseguidas por mis perras que tambien aspiraban a ser pastoras, si
mi anciana madre en un alarde de consentimiento les habia brindado
comida de la mesa, cuanto tiempo habian reposado bajo los altos
oreganos y romero aderezandose sin saberlo...
Tuve
4 gallinas coloradas y un gallo malo al que le tenia mucho miedo A
ese lo cambie por otra gallina que resulto mas timida que un pollito.
La pobre sufrio mucho cuando se trato de integrar y hacerse amiga de
las otras que nunca la aceptaron, no se si por nueva y mas joven o
por haber sustituido al senor de las grandes espuelas y mirada
maligna. La tratamos mejor y diferente y ella nos recompenso poniendo
un huevo en el sillon de mi esposo
Tambien
tuvimos conejitos que anadian color y trabajo a nuestra granja de
juguete. Conejas que se quedaban prenadas al mismo tiempo y juntaban
su lana para parir varios gazapitos al unisono. Animalitos rosados y
que parecian salchichas hervidas que daban vueltas sobre si mismos y
que amanecian un buen dia como preciosos munecos de peluche que
funcionaban a bateria.
Lo
que siempre quisimos tener fue cabras, muchas muchas cabras. Tuvimos
amigos que tenian cabras y viajabamos varios kilometros una vez a la
semana a su granja para regresar cargados de litros de leche fresca
que bebiamos por vasos y que convertiamos en deliciosos quesos y
perfumados jabones. Aprendimos a hacer quesos cremosos de nombres
exoticos que me transportaban a verdes campos donde los grupos de
animales semejaban nubes. La leche fresca juntada en una olla con
aceite de olivas, de maiz, de coco, con un poquito de azucar y de sal
se convertia en suavizantes jabones que regalaba con placer. Me
conectaba con las cabras mirandolas a sus cuadradas pupilas y
hablandoles de mis planes con ellas, ellas me seguian por el campo
extasiadas con mi charla y mis caricias que devolvian con lenguetazos
a mi sudada cara.
Al
final si tuve un par de cabras. Una es de tela y es un macho hermoso,
blanco y fuerte que planeo regalar a mi primer nieto para que juegue,
la otra es una cabrita pequena, marron, con una ubre inmensa y
durisima porque es de plastico. Esta es un adorno en mi bano.
Disfrute
tanto a mis animales como disfrute mis vegetales. Flora y fauna en
esplendor tropical, pues para ese momento mis raices estaban en un
pais tropical, con tibia brisa constante, con sol y chaparrones de
lluvia que despertaban a juro la productividad de la tierra. Es
dificil hacer un conteo de las maravillas que cosechamos en aquellos
poquitos metros urbanos. Papas nuevas y grandisimas, calabazas
redonditas e inmensas, calabacines firmes, berenjenas de color
indescriptible, vainitas que crecian ante tus ojos, tomates de
variados tamanos, pimentones, ajies desde uno dulce y oloroso hasta
el mas feroz, caraotas, cambures, parchitas, chayotas, patillas,
lechosas, melones, zanahorias, mani, girasoles desde amarillos hasta
color vino, mostaza, alpiste para el placer de mis gallinas, maiz
dulce, indio y hasta peruano morado, cilantro, hierba buena y menta,
perejil de hojas gigantes para regalarle a mi hermana casada con un
arabe, cebollas y cebollines, ajo porro, celery, ajos para tomar sus
tiernas hojas y cocinarlas con huevos frescos para el desayuno del
primer dia del ano y traernos buena suerte, lechugas, espinacas,
acelgas, achicorias, repollos, coliflor, brocoli. Una inmensa planta
de los mas dulces higos que se convertian en frutos abrillantados con
cristales de azucar que hacia mi suegra, en mermeladas y en
acompanantes de embutidos con miel para deliciosos primeros platos.
Otra planta inolvidable es una de limon persa, sin semillas, que
compramos cuando media medio metro y tenia 2 limoncitos colgando de
sus ramas como si fuera un arbolito de navidad. El viaje no le gusto
y aunque siguio creciendo, no quiso cargar mas. Un buen hombre,
hombre de campo ciertamente, me dijo que le diera unos golpecitos en
el tronco “para despertarlo” y semanas despues comenzo a florecer
y a cargar sin parar por todos los anos que vivimos junto a el. Era
tan hermoso que lo adornamos con luces pequenitas que encendiamos de
noche y honramos sus ramas con todo tipo de aderezos. Al final,
crecio tanto, que pudimos colocar una mesa debajo de el y nos
sentabamos a su cobijo en muchos de nuestros almuerzos y cenas.
Todo
en su momento, todos a su propio y exclusivo tiempo, sus semillas
enterradas con reverencia y maravilla, con la esperanza puesta en que
de nuevo la tierra nos brindaria alimento, cuidaria de nosotros a
cambio de amor y respeto. Nuestra madre, de donde venimos y a donde
volveremos.
Pero
como decia, esa fue una vida prestada por varios anos. Pero a su vez
a lo largo de ese tiempo pude apreciar lo que mujeres con las que yo
sonaba, eran capaces de hacer. Mujeres reales, de manos
increiblemente asperas y tan suaves como la seda. Manos fuertes que
escarban la arena para recoger diariamente cientos de almejas y otras
conchas que venderan al mercado, pero tan suaves que quitaran los
granitos de esa misma arena que el viento marino deposito en las
mejillas de sus pequenos hijos.
Mujeres
con la espalda doblada y adolorida de tanto arrancar malas hierbas
que amenazan su trabajo y su siembra, pero tan recta en su orgullo de
ser mas veces que menos, la principal proveedora de su hogar.
Sonrisas
y amabilidad abundante fue lo que encontre, en esos incontables
paseos que me hicieron testigo de vidas duras y coloridas.
Mujeres
de mar, que esperan la llegada de sus hombres con la pesca del dia
con un cafe caliente que les anime el cuerpo, que ayudan a descargar
el bote o a vaciar el tren, que limpian los pescados, los cocinan y
lo venden envueltos en fragante masa de maiz en los innumerables
mercados del oriente de mi pais original.
Mujeres
de campo, que se levantan antes que el sol, antes de que los gallos
despierten, que le cantan dulcemente a sus vacas porque saben que asi
daran la mejor leche. Que regresan a la casa bajo la luz de los
luceros cargadas de alimento para sus hijos, para el cafe del marido,
para el queso de la familia.
Mujeres
con la sonrisa rapida, con el juego y las canciones infantiles
instantaneas, con el coqueteo a flor de piel, con la palabra sabia
por herencia y por edad, con la esperanza siempre alli, indomable
como ella.
Mujeres
de aire, de fuego, de agua y de tierra. Mujeres que saben y pueden
vivir adonde la vida misma las lleve. Que tienen a sus bebes
agarrados de sus faldas y ensenan a los mayores a ser hombre y
mujeres de bien a tan corta edad, porque eso fue lo que le ensenaron
a ella, mujeres como ella misma, desde el comienzo de los tiempos.
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